Fuente: Muy Interesante
A finales del siglo XIX astrónomos de todo el mundo aseguraban haber observado un nuevo planeta situado entre Mercurio y el Sol. Ninguna de sus observaciones parecía realmente firme y las irregularidades en la órbita de Mercurio que las motivaron acabaron siendo explicadas décadas después por la Relatividad de Einstein.
La invención del telescopio permitió multitud de nuevos descubrimientos astronómicos. Sin ir más lejos, Galileo Galilei descubrió las cuatro lunas mayores de Júpiter con uno de los primeros telescopios de la historia. Con el paso de las décadas y luego los siglos, estos instrumentos fueron creciendo y su mecanismo interno perfeccionándose hasta permitirnos observar objetos cuya existencia ni siquiera sospechábamos.
Fue así como durante los siglos XVII y XVIII se descubrieron nuevas lunas alrededor de Júpiter y Saturno, numerosas galaxias y nebulosas y hasta un nuevo planeta, Urano, en 1781. El siglo XIX vio toda esta serie de descubrimientos multiplicados. Comenzó con fuerza, con el descubrimiento del planeta enano Ceres, el objeto más grande del cinturón de asteroides, y otros asteroides de esta región del sistema solar como Vesta, Pallas o Juno. En apenas unos años, los objetos conocidos del sistema solar se duplicaron y luego triplicaron o cuadruplicaron.
A mediados de siglo se observaron irregularidades en la órbita de Urano que solo podían ser explicadas con la presencia de un nuevo planeta de tamaño similar al del propio Urano, pero situado más allá de este. Unos pocos años después, Neptuno fue descubierto gracias a las predicciones matemáticas. Esto fue visto como un éxito rotundo de la gravitación universal de Newton. Neptuno fue descubierto en 1846, gracias a las predicciones de Urbain Le Verrier, por lo que no es de extrañar que al observar irregularidades en la órbita de Mercurio en 1859 propusiera la existencia de un nuevo planeta entre este último y el Sol.
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